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El reto del ejército israelí ante una guerra cada vez más larga: “Si es necesario, estaremos así 10 años”

Hasta un 71% de las Fuerzas Armadas de Israel que participan en el conflicto son ya reservistas. Muchos de ellos son trasladados hacia la frontera con Líbano tras combatir en la guerra de Gaza

Soldados israelíes toman posiciones durante una operación terrestre en el sur de Gaza, el pasado 13 de septiembre.Foto: Leo Correa (AP/LaPresse) | Vídeo: EPV
Luis de Vega

En la guerra en Oriente Próximo, que cumplirá un año el 7 de octubre, hasta el 71% de las tropas que integran el ejército de Israel —entre los 20 más poderosos del mundo—, son reservistas. Eso significa que, ante el enorme despliegue militar que ha supuesto la invasión de Gaza, el ejército regular no podía hacer frente a la operación con el personal ordinario y ha tenido que recurrir a unos 360.000 profesionales que antes de la ofensiva en la Franja se dedicaban a otras labores y han sido movilizados a toda prisa. Pese a esas dificultades, las Fuerzas Armadas tratan de cerrar filas estos días, sin dar muestras de cansancio o desmoralización.

El Estado judío tiene abiertos siete frentes: Gaza, Líbano, Cisjordania, Irán, Irak, Siria y Yemen, según ha evaluado el ministro de Defensa, Yoav Gallant. En las últimas semanas, el principal escenario bélico se ha desplazado de la Franja palestina, donde combaten a Hamás y donde sus ataques han matado a más de 41.000 personas, según fuentes sanitarias locales, al vecino del norte, donde las fuerzas de Hezbolá integran una milicia mejor preparada y armada que muchos ejércitos y, por supuesto, más que la resistencia palestina. Miles de soldados israelíes, muchos traídos desde Gaza, esperan una eventual orden de invasión terrestre de Líbano.

No hay, a corto plazo, expectativas de que se vaya a alcanzar un alto el fuego. Tampoco nadie sabe por cuánto tiempo se puede extender una contienda que, hace un año, pocos imaginaban tan prolongada y sangrienta. ¿Pueden las conocidas como Fuerzas de Defensa de Israel (FDI, en sus siglas en inglés) aguantar la presión? ¿Disponen de soldados, armamento y presupuesto suficientes para mucho tiempo? ¿Van a limitar a bombardeos desde el aire y a la artillería su presión contra el grupo chií libanés o van a acabar entrando por tierra?

Las fuentes militares israelíes consultadas intentan no mostrar grietas e insisten en que tanto a nivel moral como humano y material están preparados. No quieren dar la impresión de debilidad o cansancio. “Si es necesario estar 10 años en esta situación, estaremos 10 años en esta situación”, señala uno de los portavoces castrenses, Roni Kaplan, uno de esos reservistas, sin ofrecer detalles o cifras más allá de afirmar que son cientos de miles los que están implicados en la actualidad en las Fuerzas Armadas. Su país, explica, ha invertido mucho en defensa y en servicios secretos. “Estamos dispuestos para lo que sea necesario y el tiempo que sea necesario”, recalca.

Hay, en todo caso, una clave para el mantenimiento del ejército y la defensa del país: el apoyo directo de Estados Unidos, principal aliado de Israel, que se mide no solo en soporte político y diplomático en la escena internacional, sino en varios miles de millones de euros cada año. “Los americanos les están ayudando con dinero, así como con munición y material”, reconoce el general retirado del ejército libanés Elias Hanna, que no cree que el problema para el ejército del Estado judío sea económico. Pero entiende que, a Israel, con esos siete frentes, “no le queda otra que luchar”, según explica en una conversación por teléfono. El militar retirado añade que no es lo mismo combatir a Hamás o Hezbolá, vecinos inmediatos, que a la guerrilla hutí de Yemen, a más de 2.000 kilómetros.

La negativa este año de Washington a realizar un envío de armamento con 1.800 bombas de 1.000 kilos y 1.700 de 500 kilos ante el temor de que fueran empleadas por Israel contra civiles de Gaza fue, en realidad, un gesto a la galería. Pese a las diferencias que han surgido durante la contienda, la estrecha colaboración entre ambos socios no se ha visto dañada, incluso bajo la sombra de las próximas elecciones estadounidenses de noviembre.

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Hanna, profesor en varias instituciones y experto en seguridad y defensa, no duda de que el ejército de Israel es ahora “más débil” que cuando comenzó la guerra hace un año. Alude a los militares muertos, más de 700, los heridos —algunos fuera de combate de manera permanente— así como los daños psicológicos. Y calcula que, bajo la coyuntura actual de incremento de la tensión con Líbano, los israelíes pueden llegar a tener desplegadas en la frontera entre seis y siete divisiones con entre 15.000 y 30.000 efectivos cada una, pendientes de una posible invasión. Se trataría, en todo caso, de una operación que considera “muy arriesgada” y no sabe si Israel dará el paso ante el alto precio que pagará.

Soldados israelíes, tras un entrenamiento en los Altos del Golán, el 19 de septiembre.
Soldados israelíes, tras un entrenamiento en los Altos del Golán, el 19 de septiembre.ATEF SAFADI (EFE)

Dependencia tecnológica

“Si Israel quiere lograr sus objetivos, debe llevar a cabo una guerra terrestre” en Líbano, algo que mantiene enfrentado al estamento militar del Estado judío, señala Wasef Erekat, analista y exmilitar palestino, y alude a la “incapacidad del ejército para luchar en varios frentes al mismo tiempo”. Su opinión es que Israel depende en exceso de su armamento y su tecnología, lo que no se traduce en militares capaces sobre el terreno. Eso se demuestra, entiende Erekat, con el hecho de que no hayan sido capaces de acabar con la resistencia palestina en Gaza, que cuenta con armas mucho más “modestas”.

Mientras, el Parlamento israelí debate estos días aumentar el presupuesto estatal en 3.400 millones de shéqueles (unos 850 millones de euros) con el lastre que supone mantener a cientos de miles de reservistas que han aparcado sus trabajos y con el coste que supone apoyar a decenas de miles de desplazados de las localidades atacadas por Hamás en el entorno de Gaza y los aproximadamente 60.000 evacuados de la frontera con Líbano. La inmensa mayoría de reservistas que engrosan estos meses las Fuerzas Armadas retomaron el uniforme tras la matanza que lideró Hamás aquel 7 de octubre, cuando fueron asesinadas en territorio israelí unas 1.200 personas y secuestradas 250, según las autoridades del Estado judío.

En apenas unas horas, Israel gastó entre 4.000 y 5.000 millones de shéqueles (entre 1.000 y 1.250 millones de euros) cuando, en la madrugada del 13 de abril, Irán lanzó unos 300 misiles y drones, según estimó un militar entrevistado por el diario Yediot Ahronot. Aunque el Estado judío contó con la ayuda de aliados como Estados Unidos o Gran Bretaña, una gran parte de ese armamento fue interceptado por el sistema antiaéreo israelí. Se trata de un sofisticado sistema integrado por un triple escudo a diferentes niveles de altura sobre el espacio aéreo. Es ese mismo sistema que este martes impidió que, por primera vez en esta guerra, Hezbolá golpeara el cuartel del Mosad en la zona de Tel Aviv con un misil.

“¿Es el ejército israelí lo suficientemente fuerte como para hacer prácticamente lo que quiera en el Líbano y Gaza y donde sea? Sí”, defiende Dan Schueftan, director del centro de Estudios de Seguridad Nacional de la Universidad de Haifa. Apoya su argumento en el poder de la “disuasión”, en imponer el miedo al enemigo para que se abstenga de atacar a Israel, que afirma que solo ha empleado una “pequeña” parte de su armamento.

Rodeado de los daños todavía visibles tras el impacto de un misil llegado desde Líbano el domingo en Kiryat Bialik, a las afueras de Haifa, una de las zonas más pobladas y protegidas del país, Roni Kaplan reconoce que la milicia libanesa está ampliando el radio de sus lanzamientos, pero insiste en que eso no alterará los planes del ejército. “Asistimos a un intento por parte de Hezbolá de llegar hacia sitios más lejanos y un enorme intento por parte de Israel de impedirlo”, afirma en referencia a los más de 1.300 objetivos de ese grupo golpeados en las últimas horas.

Lugar en el que ha impactado un misil supuestamente lanzado por Hezbolá desde Líbano en Kiryat Bialik, el 22 de septiembre.
Lugar en el que ha impactado un misil supuestamente lanzado por Hezbolá desde Líbano en Kiryat Bialik, el 22 de septiembre. Luis de Vega

En casos como el de Kiryat Bialik, en que el sistema de interceptación no acierta, es esencial lo que Kaplan denomina alerta temprana y el hábito de la población de ponerse a salvo en los refugios de que disponen en casi todas las viviendas. Eso, unido a que el cohete impactó en medio de varios edificios sin golpear de manera directa a ninguno, facilitó que no hubiera que lamentar víctimas mortales.

Bajo la presión del actual conflicto, Israel “va a intentar movilizar a toda la sociedad”, entiende el general libanés retirado Hanna. En este sentido, algunos desde dentro de Israel alertaron hace meses sobre la necesidad de engrosar las filas de manera extraordinaria según se ha ido extendiendo el conflicto. Para ello, tocando un asunto de máxima sensibilidad, se ha aprobado exigir por ley a los hombres ultraortodoxos, hasta ahora exentos, que se unan a las tropas. Una medida, en todo caso, impuesta con perfil bajo para no soliviantar a una comunidad que representa casi el 15% de la población, de 10 millones de habitantes. Tampoco los árabes israelíes, en torno al 20%, están obligados, aunque ese melón no se ha abierto.

Frente al optimismo del “constante refuerzo” del ejército israelí, Dan Schueftan se muestra durante una conversación telefónica pesimista en cuanto a lograr la paz porque entiende que todo gira en torno a la “civilización”, representada por Israel, y la “barbarie”, representada por los árabes, dos mundos “irreconciliables”. Preguntado por el hecho de que en 76 años de historia del Estado de Israel el país apenas haya tenido periodos de paz, responde: “Hay terremotos en California, tornados en Oklahoma, tsunamis en Japón y árabes en Oriente Próximo”.

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Sobre la firma

Luis de Vega
Ha trabajado como periodista y fotógrafo en más de 30 países durante 25 años. Llegó a la sección de Internacional de EL PAÍS tras reportear año y medio por Madrid y sus alrededores. Antes trabajó durante 22 años en el diario Abc, de los que ocho fue corresponsal en el norte de África. Ha sido dos veces finalista del Premio Cirilo Rodríguez.
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